
Lo recuerdo perfectamente, el día de Nochevieja de 1964. Acudí al bulevar del Puente de Vallecas de la mano de mi padre, un gran aficionado al deporte. Se trataba de la primera edición de una carrera que intentaba emular a la San Silvestre de Sao Paulo. De repente, entre los ánimos de los aficionados de Vallecas, emergió la figura menuda de un corredor que se había escapado del resto de participantes. Pude identificar la camiseta del atleta. Era, para desgracia mía, la del Real Madrid. Blanca impoluta, sin ningún rojo que rompiera aquella monocromía, como la franjirroja de mi Rayo o la rojibla…
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